miércoles, abril 19, 2006

Reality shows, mercadeo de la intimidad

Por Yurany Arciniegas Salamanca
yarciniegas2@unab.edu.co

Con la propagación de realitiy shows pareciera que hay que seguir lo que dicte la moda, o lo que se venda más en este comercio de televisión.

El problema no es el entretenimiento, no es el formato, no es que vengan del extranjero, sino la razón humanitaria como excusa para mercadear con las inconformidades y los sufrimientos de seres humanos.

En los programas de la “realidad” hay para todos los gustos y los de búsqueda de la belleza ideal no quedan fuera de venta, con todo y su estratificación social.

Realities de ricos como Dr 90210 o Quiero una cara famosa, pero también de personas humildes como The Swan o El Cisne y Extreme Makeover, este último con versión criolla, pero todos apuntan a que sólo de ese modo se puede tener felicidad.

En este tipo de transmisiones, como en cualquier producto reencauchado que sigue un know how o cómo hacerlo, se repite la escena de la persona triste, con lágrimas en el rostro que habla sobre cómo su presente es un fiasco debido a su apariencia física, seguido de la exhibición morbosa y nefasta de su cuerpo, maltratado, amoratado y su expresión de dolor y el remate con el acto de alegría y transformación de su vida, todo gracias al bisturí.

Practicarse una cirugía plástica es una decisión respetable y personal, pero mostrar en un medio de comunicación, al que no debe olvidársele su responsabilidad social, que es la plenitud de la vida y solución a todos los problemas, me parece una posición fantasiosa y hasta cierto punto ridícula.

Está bien que se muestre la realidad cotidiana de la gente, pero al jugar con las emociones se hace una burla o como alguien dijo: “pornografía del sentimentalismo”.

Tomar seres humanos para exhibir su intimidad, denigrar de sus penurias para causar lástima, con el pretexto de ayudarlos y levantar rating es caer en la vulneración de derechos, que desafortunadamente no es nueva en la televisión.

Su antecesor más reciente, los talk shows amarillistas, como Laura en América, que criticábamos y creíamos distantes, cuestión de peruanos, pero a nuestra casa también se metieron, sólo que con otro frasquito o empaque, made in England u Holanda, con 32% y 19 % respectivamente en exportación de reality shows, con presupuesto monstruoso para controlar el negocio.

Los índices de audiencia demuestran el éxito comercial de esos programas, justificación suficiente de directores televisivos para adoptar en mayor número esas producciones.

El público tiene responsabilidad por tragar entero lo que le ponen, pero lo que debemos plantearnos todos es si acaso la calidad no vende.

Los productores en Colombia no han revelado las cifras de ganancia, pero sí que son una torta que deja muy buena tajada y cómo no, si no dependen sólo de cortes comerciales, sino de la presencia de anunciantes a lo largo del programa, que a su vez cubren en gran medida costos de producción, maquillaje, vestuario, cirugías, entre otros.

Éste no es el agravante, pero sí que en aras de mayores beneficios económicos, se considera al participante que se somete a cirugía y al televidente como simples piezas que generan o engrosan los índices de sintonía, no como seres racionales para informar e instruir, sino entretener con la integridad e intimidad de otro, ni como personas que hay que respetar sino caricaturizar, basta recordar cómo una cámara del reality Quiero una cara famosa capta cómo una joven recién operada va al baño.

Mientras estos formatos sean rentables y haya público que no sea exigente a la hora de buscar entretenimiento televisivo surgirán cada vez más con sus variantes en amarillismo.

La solución de fondo está en los niveles de cultura ética humana y en usar la creatividad, hacer formatos de calidad que diviertan, dejar de lado el facilismo por hacer adaptaciones y copias de productos malos en pro de la moda y la rentabilidad.

En Colombia paga más ser delincuente

Por Yurany Arciniegas Salamanca
yarciniegas2@unab.edu.co

Imagine que sus padres, hermanos u otros familiares fueron asesinados, que usted es expulsado a la fuerza de su tierra, de su hogar, y llega a una región desconocida donde no tiene servicios de salud, de educación ni empleo. Ese es el drama que han vivido más de 3 millones de personas en nuestro país, pero mientras esto sucede el Gobierno prioriza en pagos y atenciones a los causantes de estos delitos, guerrillas y paramilitares.

Colombia tiene la legislación más avanzada en materia de protección a los desplazados, se considera un delito grave y un crimen de guerra, pero en la práctica eso vale un “pito”, pues no sólo los insurgentes no están siendo condenados por ese delito, sino que son recompensados con dinero al regresar a la vida civil, que de civil quién sabe cuánto dure, pues muchos de ellos dejan de empuñar las armas en los pueblos para pasar a delinquir en las ciudades.

Al mismo tiempo, en esta nación, de trámites y leyes, se gestionan y se cumplen otras. A través del decreto 2767 del Ministerio de Defensa, resulta que hay que pagarle salarios a estos “señores” para que arreglen lo que dañaron cuando estaban en los grupos armados, y se les da recompensa con relación a la información, armas y caletas que entreguen, pero y a los desplazados, ¿quién les retribuye lo que les robaron? ¿Qué hace el gobierno de Uribe?. Ni les retribuyen dependiendo de los daños causados y menos les devuelven los bienes perdidos.

Las personas desplazadas constituyen la población más pobre del país, consiguen menos de 50.000 pesos al mes y la mayoría de ellos son menores de edad. Mientras esto sucede, El Ministerio de Defensa invierte de sus recursos más de 7.000 millones de pesos, como el año pasado, para la inserción de ex guerrilleros y paramilitares, y la magnitud de la problemática de las víctimas del conflicto la tratan con pañitos de agua tibia.

El gobierno habilitó el pago de 93.000 pesos a cada familia con hijos menores de siete años, no mensuales sino bimensuales, un subsidio de educación por 28.0000 pesos a cada niño en primaria y de 56.000 por cada hijo en secundaria.

Como si esto fuera poco, tratan de minimizar sobre estadísticas la dimensión de ese delito, pues el Estado, por Ley debe llevar un registro del número de personas desplazadas, para lo que está la oficina de Sistema Único de Registro, pero mientras allí informan, que las personas desplazadas en la década son 1.716.662 ( millón setecientos dieciséis mil seiscientos sesenta y dos ), la realidad y estudios de organismos como el de la Consultoría para Derechos Humanos y Desplazamiento muestran que la cifra en realidad asciende los 3.5000.000 ( tres millones y medio ) de personas.

El problema continúa, y entre tanto, muchos incluidas las encuestas del gobierno, se hacen de la vista gorda, para negarlos como víctimas y tratarlos simplemente como unas personas más que engrosan las filas de pobres en este país, que como hay tantos ya nos acostumbrados a ver. El problema no es de plata, porque la hay, sino que se dirige más a programas de reinserción y del Plan Colombia con lo que demuestran que aquí se le paga más a alguien por ser delincuente que a aquel que perdió todo por la codicia y guerra de los mismos a quienes ahora recompensan.

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jueves, abril 06, 2006

Columna de opinión

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Instituciones de seguridad: al rescate de la credibilidad
Andrés Felipe Valenzuela P.

El Ejército y la Policía Nacional son, hoy en día, dos de las instituciones con mayor credibilidad dentro de la sociedad colombiana. Su imagen es, para muchos, sinónimo de respeto, protección, y seguridad, aunque a veces su papel de ángeles de la guarda se pierde y se les olvida que trabajan por el bien de la patria… y la patria la hacemos todos.

Unos cincuenta o sesenta años atrás, en la época en la que los colombianos se mataban por los colores rojo o azul de sus partidos políticos, nadie se encargó de hacer respetar los derechos humanos. Esta situación es paradójica, pues tengo claro que la Policía y el Ejército deben actuar a favor de la población civil, a favor de la vida y el respeto por los derechos básicos y no en contra de ellos como ha ocurrido en numerosas ocasiones.

La política sucia y la corrupción untaron de ilegalidad la misión de la Policía desde comienzos del siglo pasado hasta finales de los años setenta. Me atrevo a decir que esta institución trabajó como una especie de ‘mano negra’ que exterminó campesinos simpatizantes del Liberalismo como si hubiesen sido alguna plaga. A los que dejaron vivir se les obligó a dejar sus tierras y fueron desplazados por el hecho de pensar diferente, o porque la cédula –en ese entonces- mencionaba que su partido político predilecto era el Liberal.

A la policía que actuaba ilegalmente a favor de radicales conservadores se le conocía como ‘chulavita’; y en pocas palabras funcionaba como una auténtica cúpula que violaba los derechos humanos con el mayor descaro y a la vista de todos los ciudadanos.

Hoy la situación no es diferente. Se han puesto sobre la mesa evidencias que implican a las Fuerzas Armadas en hechos pecaminosos donde civiles y también integrantes de la institución han resultado maltratados física y sicológicamente por soldados y altos mandos del Ejército. Hace poco más de un mes, la revista ‘Semana’ publicó en la edición 1.242 un artículo titulado ‘Torturas en el Ejército’ donde se muestran testimonios de soldados agredidos en campos de entrenamiento. Ya era hora de que se pusiera en duda la verdad sobre el cumplimiento de los valores y la ética militar por parte del Ejército colombiano. Y no es porque pretenda poner a la gente en contra de las instituciones de seguridad, es que considero necesario que se denuncie esta clase de abusos, porque si no podemos contar con el Gobierno, ni con el Ejército; entonces en quién confiamos hoy.

Hay otra serie de acontecimientos de violencia o de patrocinio de ésta en la que las Fuerzas Militares han jugado un papel protagónico. Recordemos que una de las causas que motivaron el fortalecimiento de algunos grupos de autodefensa ilegal en el país fue el accionar conjunto entre comandos del Ejército nacional y grupos paramilitares. Por citar un ejemplo: en el gobierno de Belisario Betancur, entre 1982 y 1986, se disparó el secuestro de ganaderos y hacendados por parte de las guerrillas en zonas como Puerto Boyacá, Cimitarra, Puerto Salgar y La Dorada. Los operativos del ejército no contuvieron la ofensiva guerrillera y por tal razón permitieron que algunos campesinos y comerciantes se armaran para trabajar como un equipo. Más tarde estos grupos se convirtieron en lo que hoy conocemos como paramilitares.

No aseguro que la aprobación operativa de las autodefensas por parte de las Fuerzas Militares fue la única razón que motivó la creación de este grupo ilegal, pero sí reitero que, en gran parte, contribuyó con su fortalecimiento.

Los abusos por parte de las Fuerzas Militares han quedado en unas cuantas denuncias y en despidos dentro de la institución. A pesar de que hoy el Ejército de Colombia persista en la lucha por alcanzar la confianza de todos los ciudadanos mediante retenes en las carreteras del país, campañas de promoción, venta de manillas y banderas, siempre existirán personas como yo a las que tendrán que convencer de su efectividad por medio de acciones éticas y justas.

Cien por ciento tolerancia

Por Marcela Vargas Cabrera
mvargas5@unab.edu.co
El gusto por personas del mismo sexo y la homosexualidad en toda la dimensión de la palabra no puede ser motivo de exclusión, mucho menos en un país en el que la propia Constitución Política de Colombia, Capítulo II, Art. 13, manifiesta que: Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.
Todo ser humano sin importar su condición o gusto sexual debe ser respetado y tenido en cuenta, como cualquier hombre o mujer. La sociedad colombiana no puede taparse los ojos ante una realidad que cada día es más visible y cercana.
Por esto comparto la posición de que la homosexualidad no es un problema, ni una enfermedad y mucho menos una anormalidad. El ser gay simplemente es una orientación y preferencia sexual que, al igual que los heterosexuales, debe ser vivida de manera libre, responsable, sin discriminación, coerción, ni violencia, como lo sustentan las organizaciones dedicadas a la educación en temas de salud sexual y reproductiva y planificación familiar como Profamilia.
Desde hace 17 años la lucha por los derechos de los homosexuales ha sido evidente en el mundo. En 1989 Dinamarca fue el primer país en aprobar una ley que permitiera el matrimonio civil de tales uniones con los mismos derechos que los matrimonios tradicionales en cuanto a propiedad, herencia, impuestos y seguridad social, con excepción del derecho a la adopción. De ahí, Noruega en 1993 aprobó una ley similar y en 1995 Suecia hizo lo mismo. El furor se regó por toda Europa, a tal punto que Holanda ya aprobó el concepto de matrimonio pleno, sin distinciones; Francia aprobó el Pacto Social de Solidaridad (Pacs) que protege a heterosexuales y homosexuales. Alemania y Reino Unido también han establecido leyes similares.
En Latinoamérica sólo Argentina, Chile y Colombia han adelantado proyectos serios al respecto. Sin embargo, la coyuntura colombiana ha llevado a que aún en el Congreso no se pongan de acuerdo en establecer condiciones de equidad para los homosexuales. Lo que me parece absurdo, pues antes de ser homosexual o heterosexual somos seres humanos y todos debemos contar con las mismas garantías, llámese mujer, hombre o gay.
Desde 1999 la senadora Piedad Córdoba, junto con algunos congresistas, han presentado proyectos de ley que permitan el reconocimiento pleno de los derechos homosexuales y les garanticen igualdad en la legislación colombiana.
Estas propuestas sólo exigen las mínimas condiciones de aceptación, tolerancia y respeto para los gays. Temas como la constitución de un régimen patrimonial; beneficios de seguridad social para este tipo uniones; aplicación de la legislación sobre violencia intrafamiliar en parejas homosexuales; penalización con cárcel de uno o dos años a prácticas discriminatorias, que se duplican si son ejercidas por miembros de la Fuerza Pública; educación sexual en colegios y creación de comités de salud sexual y reproductiva que aborden el tema homosexual y el diseño y la ejecución de programas que tengan en cuenta las diferentes orientaciones sexuales y las identidades de género son los que piden que se reglamenten en el país.
Colombia se ha definido como territorio diverso y multicultural, pero pareciera que esa diversidad está condicionada por factores moralistas que impiden tener la mente abierta ante procesos y estilos de vida que se han venido evidenciando no sólo en el país sino en todo el mundo. Pienso que es indispensable generar espacios de tolerancia y que nosotros desde nuestro papel de comunicadores aportemos los mecanismos necesarios para que, entre todos, logremos que esta sociedad caracterizada por sus principios conservadores, de paso y acepte sin repudios a seres humanos que con valentía quieren hacer valer sus gustos y estilos de vida. Pues sólo a través de una tolerancia al cien por ciento lograremos evolucionar y trascender como seres humanos de mente abierta, capaces de aceptar los cambios que a diario se presentan en la vida.

miércoles, abril 05, 2006

El dogma: ¿sumisión o liberación?

Por Laura Sarmiento
lsarmiento2@unab.edu.co

Todas las religiones en el mundo pretenden alcanzar la verdad y orientar el pensamiento y las acciones de sus seguidores, tomando como base la teología o las proposiciones y dogmatismos de su respectivo dios.

Para nadie es una sorpresa que las religiones en general, han demostrado una conducta histórica que las ha llevado, como cualquier empresa o negocio, en busca del poder. Ese poder no debiera tener un papel de prohibición o reconducción sino más bien de productor, es decir, que debiera, mejor, llevar al individuo a tomar posiciones respetables, valiosas y autónomas sobre aquello que lo hace reincidir, además con absoluta conciencia.

Lo que sucede actualmente con las creencias religiosas es que utilizan el poder de un modo distorsionado, por cuanto están constantemente llamando la atención de quienes las siguen con dichas reconducciones y prohibiciones que no sólo limitan la razón humana sino que también, arrastran al individuo a un mundo de sumisión y arrepentimiento, muchas veces de acciones que ni siquiera la mente y el cuerpo humano pueden evitar.

En el caso del Catolicismo e Islamismo (como en las demás creencias) se plantea que el conocimiento en el hombre no tiene fundamentos si no tiene como base a Jesús o Alá respectivamente. Sus postulados están en la Biblia o el Corán y sólo en ellos radica toda posibilidad de verdad y sabiduría. Ello implica, en la mayoría de los casos, que el ser humano no tenga independencia tanto física como espiritual de sus diversos saberes y sentires y tenga que renunciar y negarse a sí mismo el hecho de “ser”, que como tal tiene una relación estrecha con “lo sensual” (placer, deseos, etc,) por una parte y con lo “científico racional” (la necesidad de conocer y saber) por otra. Estos componentes según la mayoría de los dogmatismos religiosos lo conducen a lo pecaminoso y compupicente.

¿Será necesario pasar por alto la razón y el saber del hombre e impedirle la necesidad de preguntarse por todo y buscar explicación a los diversos fenómenos, o matar al prójimo y agredir su entorno, en la “legítima” defensa de su creencia para demostrarse a sí mismo y a los demás que se es un elegido de Dios?

Las multitudinarias manifestaciones en el mundo árabe e islámico que se desataron, en septiembre del año pasado, a raíz de la publicación en varios periódicos europeos de una serie de caricaturas que muestran al profeta Mahoma como un terrorista, demuestran que en algunas ocasiones el hombre con filiaciones espirituales mal encaminadas no trasciende a un mejor pensar y vivir, no sólo en lo que respecta a sí mismo y sus pensamientos sino a procurar un ambiente sano y ejemplar para quienes le rodean.

Está claro que se deben respetar las diversas expresiones místicas o de otra índole del individuo, pero ellas y la defensa de las mismas no deben violentar las leyes y normas de una nación en particular.

No se trata de renunciar a las ideas religiosas o radicalizarlas como dañinas o nocivas, simplemente de focalizarlas positivamente y si es el caso revaluarlas, para que ellas no interfieran, más adelante, en el desarrollo de una sociedad que, independientemente de su dogma, debe propagar el bienestar de sus miembros.

La esclavitud disfrazada de estupidez mental por dichos dogmatismos no hacen del hombre un ser independiente, con voluntad propia, sino un individuo reaccionario que con actitudes violentas, como las mencionadas anteriormente, contradice su aparente evolución y crecimiento espiritual.

jueves, marzo 30, 2006

Que el aborto se analice desde lo social


Por Ivonne Rodríguez
irodriguez3@unab.edu.co
Foto Beatriz Quintero, Red Nacional de Mujeres

Desde 1990 los grupos de mujeres han pedido la despenalización del aborto en América Latina y el Caribe. No obstante, su visibilidad había sido poca hasta que el 14 de abril de 2005 la abogada Mónica Roa interpuso una demanda de constitucionalidad condicionada al artículo 122 del Código Penal para despenalizar el aborto en tres casos extremos. Desde entonces, el tema se convirtió en punto neurálgico entre los actores de la sociedad colombiana. El problema no es despenalizarlo; es su trasfondo social.

Países tan católicos como Italia, España y Polonia han flexibilizado sus leyes sobre este tema. Sin embargo, éste no puede ser el único argumento, si se parte del precepto de que cada sociedad tiene sus formas de entender la realidad. Lo moral, lo legal y el mismo derecho de las mujeres se incluyen en este debate de muchas aristas, múltiples contradictores y pocos analistas del trasfondo social.

Hablando con una feminista, la abogada Mónica Roa y una médico ginecóloga, encontré que el costo de la ilegalidad del aborto lo tienen que asumir las mujeres más pobres. Son ellas las que se interrumpen el embarazo introduciéndose objetos cortopunzantes o yendo a garajes que, en cuestión de condiciones higiénicas dejan mucho que desear. El resultado: infecciones, pérdida del útero y hasta la misma muerte. Son a las mujeres menos favorecidas a las que por lo general se les señala por una responsabilidad que debe ser compartida y que, siendo no planeado, también es compromiso del Estado.

Es por eso que comulgo con las tres razones por las que se pide la despenalización: cuando la vida o la salud de la mujer están en peligro, cuando el embarazo es resultado de una violación y cuando el feto presenta graves malformaciones incompatibles con la vida. Aquí entra el debate moral sobre si se asesina a un ser inocente, sobre si debe prevalecer la vida en formación o la de la madre. En últimas, estos tres casos extremos logran superar un poco las barreras religiosas cuando a las mujeres se les diagnostica que su hijo nacerá con anencefalia (sin cerebro) o que morirán a pocos días del día del alumbramiento porque tienen lupus (enfermedad que afecta al sistema inmune).

Complicado. Esa es la palabra que escuché de aquella doctora que ha diagnosticado embriones incompatibles con la vida y mujeres que deben interrumpir su embarazo para poder someterse a quimioterapia. Pero la ley en Colombia, que deja tan pocas posibilidades en sus artículos del 122 al 126 del Código Penal, cierra todas las salidas. Los médicos deben realizar en estos casos juntas para tomar una decisión, corriendo el riesgo de someterse a un proceso penal, con la paciente abordo, si alguien los denunciara.

El problema es que cada quien lo mira desde sus ojos: el abogado, el cura, el médico, el psicólogo y la misma mujer. Sectores de la sociedad se quedan en el juzgamiento de una situación que sólo legisla sobre el cuerpo de la mujer y que se queda en el señalamiento moral, importante e individual, pero que no brinda una pronta solución. Da la sensación de que éste es un Estado de doble moral: recrimina a la más pobre, pero no tiene autocrítica para pensar si ha brindado suficiente educación sexual y reproductiva, si se ha esmerado por invertir en reducir la violencia sexual entre sus ciudadanos. Vamos a ver qué pasa con la ley, claro, sin desconocer que el tema del aborto es una decisión individual.


miércoles, marzo 29, 2006



Miss Universo, ¿sede o no sede?

Por Yohanna Rozo
yrozob@unab.edu.co


Es triste la parafernalia que se ha abierto en los medios de comunicación del país sobre si Colombia será o no será la sede de Miss universo en el 2007, un debate al que me toca unirme sólo para darme el gustico de criticarlo. Que si se gana plata o que si se derrocha, que si proyectamos la imagen bonita del país o que si nos mostramos tal como somos con pobreza y todo, que si es superficial o que si es verdaderamente benéfico para la economía y el reconocimiento de Colombia en el exterior. Señores para qué tanta ‘discutidera’ si al final de cuentas los que deciden son los ‘grandes’ de este país, los dirigentes que elegimos.

No es que la opinión de los ciudadanos no cuente pero, ¡hombre!, seamos serios, aceptar una oferta como la de recibir a las misses de todo el mundo necesita de estudios exhaustivos de costo-beneficio. Si el Estado cree que está en capacidad de hacerlo, la empresa privada se va a meter la mano al dril y somos concientes de que esa plata nos traerá beneficios y después no vamos a andar diciendo: ahhh, nos quedamos sin cinco, hubiéramos invertido primero en los educación, salud, etcétera, pues convirtámonos en la pasarela de las reinas. Sin embargo, pensemos qué hay detrás de este asunto, y es que es de dudar la nueva forma de hacer política del actual gobierno “ad portas” de las elecciones presidenciales.

No nos digamos mentiras, a los colombianos les gustan las reinitas, la farándula y los especiales que los noticieros hacen de estos eventos, el rating lo confirma y si el rating sube, imagínense los votos que se ganará Uribe gracias a la labor de su formulita vicepresidencial, Francisco Santos, quien en los últimos días se ha dedicado a darle bombo a la propuesta de Trump.

Las intenciones de Santos son buenas de acuerdo con el listado de argumentos que ha señalado desde que se reunió en E. U. con el vicepresidente del concurso, Tony Santomauro, pero con tanto trabajo que tiene ese hombre que se la pasa de avión en avión, y las cuestiones que suponemos tiene que resolver sobre asuntos como el narcotráfico, la guerrilla y otros cánceres que están matando el país, y con los que aparece muy pocas veces en los medios, es de dudar porqué se le dio la ganita de ponerse a hablar de un tema como Miss Universo que bien puede ser manejado por otros sectores del gobierno como el Ministerio de Cultura o el de comercio Industria y Turismo.

No es por ser malpensada, pero es que a pesar de haberme dejado llevar en un principio por los debates de los medios, las tantas horas dedicadas en radio y los informes de televisión y prensa sobre el mismo punto: si queremos tener reinas o no, es más cuestionable en las que se ha puesto Santos a fin distraernos de los problemas y la realidad nacional para ponernos a hablar de Miss universo, un tema polémico según los medios que para mí no va más allá de un serio análisis de la relación, como había dicho anteriormente, costo-beneficio.

Es innegable que mucho más palo se le dará (o felicitaciones, si se las merece) a Santos si nos ponemos a cuestionar asuntos como la Seguridad democrática, las falsas desmovilizaciones o de los niveles de pobreza en los que se encuentran regiones como el Chocó.
Sinceramente es mucho más fácil reelegirse hablando de Miss universo que de ‘paras’ y guerrillas.

miércoles, marzo 22, 2006

Carlos Gaviria Díaz en la crónica de una entrevista fraccionada


Por Camilo Jaimes Ocaziónez

Tengo a 30 metros, frente a mí, a un tipo serio de estatura mediana que habla claro y sin dar rodeos. Carlos Gaviria Díaz debía llegar por la mañana del día 1 de marzo a la Feria del Libro de la UNAB, sin embargo apareció varias horas después de lo previsto, casi por la noche.

Ahora, es necesario esperar hasta mañana para hacerle la entrevista, pero sobre todo es necesario hacerle la cacería inmediatamente y pedirle una cita para asegurarla. Carlos Gaviria acepta la invitación, "Mañana después de la conferencia", dice.

La noche se fue como por dentro de un tubo. Tengo entre las manos un formulario con treinta preguntas para entrevistarlo y una foto recortada de revista en la que el candidato presidencial por el Polo Democrático Alternativo aparece disfrazado de Papá Noel junto a dos mujeres disfrazadas de duende y un oso de peluche que tiene la lengua por fuera. La expectativa es grande.

Gaviria Díaz está de pie frente al auditorio para abordar el tema de los derechos de los homosexuales. Marzo 2 de 2006. Interesante. Sin embargo mi expectativa está amarrada a la figura del candidato presidencial y en alguna medida a la del opositor del actual Gobierno. El auditorio está lleno. Prefiero esperar por fuera.

Carlos Gaviria Díaz, el abogado de la Universidad de Antioquia que luego asistió como estudiante especial a la cátedra de jurisprudencia de Harvard, fue maestro universitario para luego en los noventa despuntar como el más destacado de los magistrados, inclusive ocupando el cargo de presidente de la Corte Suprema de Justicia. En 2002 , Gaviria llegó al Senado con una altísima votación: la quinta mejor.

Asimismo, Gaviria es uno de los hombres con la agenda más apretada del país. En los últimos 15 días ha estado en más de 15 municipios desde el departamento de Nariño hasta la Guajira.

Desde fuera del auditorio puedo escuchar la voz del candidato: “Ahora en todas partes hay personas dispuestas a escuchar mis propuestas: ¡Ese ya es un triunfo!”, dice Gaviria al final de la conferencia. Luego, camina con dificultad en medio de un grupo de estudiantes que tratan de conseguir respuestas a unas preguntas que para mi gusto son ingenuas.

“¿Es usted comunista?”, pregunta una muchacha con una grabadora de casete, pero él responde que no, que él no es comunista pero que necesariamente hay que apostarle a la equidad en el país... En especial en este país que está repleto de pobreza, pienso yo.

Gaviria Díaz sale del auditorio rodeado de un enjambre de curiosos y de periodistas. Es difícil caminar.

De cerca, la primera impresión que deja el candidato es la de mucha respetabilidad y, aunque tengo la foto en la que sale disfrazado de Papá Noel en la mano, no logro asociar a Gaviria Díaz con la ridiculez del disfraz colorado de la imagen, además porque yo no creo ni en Papá Noel, ni en el Niño Dios, ni en el Ratón Pérez: más allá del disparate papanoelesco, la osadía o la payasada, Gaviria Díaz es un hombre que habla tejiendo argumentos, enseñando, explicando.

Carlos gaviria Díaz es un tipo que rescata la importancia de la dialéctica y de la retórica como vehículos para la expresión de la razón. No como fuentes de inspiración para la demagogia.

Hay unas 40 personas desconsideradas a su alrededor. Gavira está sudando a caudales, colorado, porque está vestido de saco y corbata. La Policía lo escolta y sin proponérselo impide la proximidad de la prensa y de los estudiantes. Hace un calor un poco menos que infernal.

Los organizadores de la feria también escoltan al candidato y también sin proponérselo, aunque tengo mis dudas, están impidiendo el acceso de la prensa. ¿Y la entrevista? “Doctor Gaviria, yo hablé con usted ayer para que me diera una entrevista hoy después de la conferencia y usted me dijo que sí”, eso le digo en medio del bochorno y el sopor.

El candidato me mira. Miro la hora. Son las once y cuarenta y cinco de la mañana.

Carlos Gaviria me toca el hombro para seguramente responder con cortesía ante mi requerimiento. No obstante una mujer sale en su defensa, “el doctor Gaviria tiene una agenda muy apretada y en unos minutos tiene una entrevista en el estudio de televisión, después almuerza y sale de Bucaramanga en el vuelo de las dos de la tarde. Así que los periodistas que desean hablar con el doctor tienen cada uno cinco minutos para hacerlo”.

Por fortuna para todos, menos para la prensa, somos sólo tres. Ni siquiera. Ahora quedamos sólo dos porque la periodista que trabaja para uno de esos canales regionales de televisión decide marcharse de muy mal genio.

Saco mi grabadora y oprimo la tecla “rec”. Una colega del periódico 15 da inició a la primera entrevista acerca de lo que piensa el candidato con relación a los derechos de los homosexuales, más exactamente, del matrimonio gay. ¿De eso no era que se trataba la conferencia? ¿Otra vez vamos a preguntar los mismo?

Grabo a Carlos Gaviria:

“La constitución impide la discriminación de los demás con base en sus preferencias sexuales”.

“Una sociedad siempre está preparada para progresar, con respecto a este tema lo que sucede es que no se debe imponer nada, se debe permitir para que la sociedad aprenda con base en su propia experiencia de la tolerancia”.

“Los derechos de las parejas homosexuales no son iguales a los de heterosexuales, es necesario romper los prejuicios, la constitución del 91 no sólo debe leerse como una propuesta política, debe ser leída, también como un propuesta pedagógica”.

“El derecho no sólo ayuda a encausar el modo en que una sociedad vive, también ayuda a transformar la sociedad, cuando una conducta ya no se vive como pecaminosa o ilícita sino como una conducta permitida la conducta de la persona cambia, la apertura mental es otra y la transformación social, que no se produce de un día para otro, empieza a darse. Yo no concibo una democracia en la que las personas tienen que esconderse para vivir una conducta que no atenta contra los derechos de nadie”.

Antes de que termine la entrevista que antecede la mía, miro mi cuestionario que de 30 preguntas me toca reducir a tres o cuatro por la falta de tiempo.

Al final de la primera entrevista Carlos Gaviria añade: “¿Existe una verdadera democracia cuando no estamos
en capacidad de respetar la individualidad de los demás?”.

La periodista agradece la entrevista.
Es mi turno.

Salto las primeras preguntas de mi cuestionario: ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?, ¿Cuándo eligió el camino de las leyes?, ¿Cuál es el recuerdo más grato de su labor como maestro en la Universidad de Antioquia?, ¿Qué fue lo más complejo de su labor como magistrado de la corte constitucional?, ¿Qué es la ley para Carlos Gaviria y cómo le explicaría a un niño de qué se trata la justicia y para qué sirve?
Continúa la grabación. Tomo aliento. Saludo y comienzo por fin mi entrevista:

¿Por qué lanzarse a la presidencia de la república?

Porque hay sectores de la opinión pública que me han expresado que creen que yo puedo contribuir de alguna manera a que el país cambie su rumbo, y como yo, personalmente, creo muy equivocado el rumbo del país y creo que puedo aportar, entonces, veo mis aspiraciones presidenciales más que como una ambición de poder como un deber.

¿Qué es la paz para Carlos Gaviria?

La paz no es solamente la ausencia de conflicto. Para mí la paz es un estado en el que los conflictos tienen causes de solución y tienen reglas claras que las partes aceptan como maneras de vivir sus discrepancias. Yo no concibo una sociedad sin conflictos, sin opiniones divergentes. Yo pienso que esa sociedad uniforme que la gente se imagina que es la sociedad pacífica no es ni siquiera deseable, me parece sí que la paz consiste en aceptar las reglas que están creadas para dirimir las distintas diferencias que puedan darse.

Detrás del doctor Gaviria están haciéndome señas con un cartel que dice, Camilo sea breve por favor. Miro mi cuestionario, estoy incómodo por el afán. Salto varias preguntas y continúo:

Desde su punto de vista, ¿Cuál sería su prioridad como presidente, cuál es el problema más grave que tiene Colombia?

Es mi propósito sembrar los cimientos para la erradicación de la desigualdad o lo que yo llamo la iniquidad.
Yo siempre hago la siguiente observación, la palabra inequidad no existe, la usamos para remplazar la palabra iniquidad, es decir, tratamiento inicuo. Yo pienso que en el país hay mucha pobreza y que ese es un mal grave, que hay miseria y ese es un mal gravísimo, pero pienso que lo peor de todo es la desigualdad porque aquí convive una opulencia extraordinaria, arrogante, de un sector muy reducido de la sociedad con una pobreza de sectores inmensamente mayoritarios. Ese sí me parece que es un factor irritante. Atacar la desigualdad es atacar la miseria y la pobreza que hacen parte del origen del conflicto. Precisamente yo creo que el doctor Uribe niega la existencia de un conflicto porque eso lo dispensa de atacar las raíces del mal para de ahí sí atacar las manifestaciones más epidérmicas que son las violentas.


Los organizadores de la Feria y las personas que están a Cargo de Carlos Gaviria hacen señas con el radio teléfono en la mano, ya no más preguntas, me dicen sin voz.

Salto dentro de mi cuestionario las siguientes preguntas, ¿Cómo piensa redistribuir el ingreso en Colombia?, ¿Cómo piensa generar empleo digno (permanente con prestaciones sociales)? ¿Qué modificaciones haría a la Ley 100? ¿Qué haría para que funcione la justicia en Colombia? ¿Cómo piensa combatir la corrupción del Estado? ¿Si en sus manos estuviera modificar la extradición, qué le cambiaría?... Es muy triste tener que saltear todas las preguntas. Pero hay que concluir y escojo una última:

Doctor Gaviria, una última, ¿Hace falta oposición política?

Sin duda, hace falta. Y hace falta asimilar la necesidad de la oposición porque aquí todavía el opositor se le sigue tratando como un hereje, como un indeseable. Le doy un ejemplo, alguna vez a mi me enviaron del DAS de Medellín un carro sin frenos y yo dije, esto por qué, y el conductor me dijo, doctor yo no soy culpable de eso, lo que pasa es que mi jefe me dice que si usted se mata no importa porque usted está en la oposición, o sea, esa es la reacción de una persona ignorante, pero en círculos más altos nos dan un tratamiento no tan burdo como ese pero sí un tratamiento discriminatorio que no debería darse en una democracia porque la democracia se alimenta de esa tensión que hay entre la propuesta del Gobierno y la propuesta de los opositores.

“Doctor muchas gracias”, digo. Carlos Gaviria asienta con la cabeza y se pone de pie inmediatamente. Tres policías lo escoltan. En mis manos está el cuestionario de las 30 preguntas salteadas además del recorte de la revista Soho. El enjambre y el candidato se retiran.

Ahora, habiendo grabado las entrevistas, tiro todo lo que tengo en las manos a la basura. Luego, reviso la grabadora, escucho a Gaviria y pienso, ¿Será que este tipo se le medirá a disfrazarse de Papá Noel si llega a la presidencia?

jueves, marzo 09, 2006

Una noche en el Hospital del Norte


Crónica
Por Yárol Pantoja

Una noche en el Hospital del Norte

A las 8:55 p.m. del jueves 14 de abril, ingresó Rogelio Rodríguez al Hospital Local del Norte con una bala incrustada en su brazo izquierdo. Su llegada al centro médico no fue en ambulancia con sirenas y paramédicos, sino en un taxi destartalado y en compañía de su hermano, quien ayudó a detener la hemorragia y a mantenerlo consciente.

Como en muchos hospitales de Colombia, Rogelio debió esperar mientras se hacían los trámites para atenderlo. Cerca de las 9:30 p.m. logró que le dieran un ‘diagnóstico’: había perdido el tiempo, pues debía ser remitido al Hospital Universitario de Santander, único lugar autorizado para tratar este tipo de heridas.

El Hospital Local del Norte es un centro médico de primer nivel, ubicado en la carrera 9 con 12 Norte, en la vía que conduce de Bucaramanga a la Costa Caribe y a tan sólo 10 minutos en automóvil del centro de la ciudad. Allí reciben a los pacientes que están vinculados a las ARS (Administradoras de Régimen Subsidiado), cajas de compensación y a los que no tienen seguro médico, pero sólo pueden atenderlos si llevan dinero para pagar los tratamientos necesarios, de lo contrario deben esperar hasta que Trabajo Social les preste alguna ayuda, dice Carlos Manuel Dallos, médico rural del Hospital.

A la 1:25 de la madrugada Óscar Morales, un indigente del Café Madrid, llegó con múltiples heridas en su pierna derecha y en la espalda, provocadas con un vidrio. No tenía documentos de identificación y estaba bajo los efectos de alguna droga psicotrópica.

Él entró tambaleándose hasta la sala de urgencias y se desplomó sobre una de las camillas de la sala de sutura del hospital. El médico de planta, Carlos Bottía, la médica interna Damaris Rodríguez y un grupo de tres enfermeras se acercaron para ver al paciente, pero un olor repugnante los hizo retroceder de inmediato, era una mezcla de sangre, mugre, heces y bazuco.

A pesar del hedor, los médicos debían tocar y hablar con el paciente para hacer un buen diagnóstico. Bottía comenzó a inspeccionar el cuerpo y encontró dos heridas grandes: una en el muslo de su pierna derecha, que requería de una sutura de por lo menos 15 puntos y otra en la espalda, de cuatro centímetros y en forma de pico.

La lesión en la espalda parecía de gravedad, debido a su ubicación; Bottía metió sus dedos por la herida para asegurarse que no implicara órganos importantes y el indigente gritó cada vez más fuerte, pero no de dolor: “llévenme pa’l Gonzo, que me voy a morir, llévenme pa’l Gonzo”.

De todos los días

Estos son sólo dos de los cientos de casos que han visto algunos practicantes de la UNAB. Susana Jaimes, de noveno semestre de Medicina de la universidad, contó que allí “llega de todo”. Recordó a un trabajador con doble fractura en el cráneo por botarse a un lago de poca profundidad; a un niño que sufrió una quemadura de cigarrillo en uno de sus ojos y a un hombre que murió de un infarto mientras tenía relaciones sexuales con su esposa.

Pero la noche del jueves 14 de abril, los practicantes, Susana Jaimes y Álvaro Gómez bajo la supervisión del doctor Miguel Rodríguez, y que debían suturar las heridas de Morales, el vagabundo de Café Madrid, no pudieron hacerlo porque carecía de seguro médico y de dinero para pagar el tratamiento, por eso debía esperar hasta que Trabajo Social interviniera prestándole alguna ayuda económica, pues el Hospital del Norte no cuenta con los recursos suficientes para atender a todos sus pacientes.

“No es que el Hospital no tenga los medicamentos, lo que pasa es que prefieren guardarlos para pacientes que necesiten el servicio y tengan el dinero para costearlos”, afirmó Carlos Manuel Dallos, médico estudiante de la UNAB, quien adelanta su año rural en el Hospital.

Por esa razón Óscar Morales debió permanecer tirado en una camilla, roncando y de vez en cuando divagando frases incoherentes, debido al efecto de las sustancias que había consumido.

Otra vez el herido

A la 1:45 de la madrugada, llegó nuevamente Rogelio Rodríguez, el herido de bala que cuatro horas atrás había sido remitido al Hospital Universitario de Santander. Esta vez llegó con el brazo vendado, pero sin recibir atención en el HUS “porque la herida no era de gravedad”, según explicó su hermano. Rodríguez había empeorado, a pesar de que la hemorragia había parado; él estaba pálido, temblando y ya no hablaba, sólo quería dormir un poco.

Lo atendió Damaris Rodríguez, interna en el Hospital y estudiante de décimo semestre de Medicina de la UNAB, quien procedió a sacar la bala, la cual se podía ver y palpar en la parte de atrás del brazo.

La interna colocó anestesia local, tomó un bisturí de la bandeja de instrumentos y procedió a hacer el corte en el brazo. Fue una incisión recta y limpia, de 3 centímetros y sólo derramó una gota de sangre, pues la herida no comprometía ninguna vena o arteria. Con unas pinzas extrajo la bala calibre 38 y produjo un sonido frío y seco al caer en un recipiente metálico. Quienes seguían el procedimiento, unos a través de la ventana como el celador, la aseadora y las enfermeras y otros enfrente del paciente como los practicantes, el médico y yo, no pudimos negar nuestro alivio por calmar el sufrimiento de Rogelio.

En noches como ésta, médicos y practicantes se enfrentan a la lucha entre la vida y la muerte. Si bien durante el turno de doce horas en el que estuve no aparecieron casos de extrema urgencia, los trabajadores del Hospital cuentan que los fines de semana no dan abasto por la cantidad de heridos y enfermos que llegan cada hora. Freddy -quien no quiso dar su apellido- el celador de turno esa noche, dice que los peores días son los viernes, “la gente llega tomada y buscando problemas”.