lunes, febrero 13, 2006

Álbum de las postales invisibles / Identidad



Quiero plantear las tres primeras partes de este texto, 10 postales U´wa, 14 postales Wayúu, 4 postales acerca de las negritudes, como si fueran textos de pies de fotos. Fotos invisibles, obvio, pero pues use la imaginación. Luego, aunque voy a fracasar en el intento, quiero adentrarme en qué es ser colombiano y qué es ser santandereano. Recibo sugerencias y sugiero mirar todos los Álbumes de las postales invisibles que anteceden este último texto.

Por Camilo Jaimes Ocaziónez
cjaimes2@unab.edu.co

Identidad

Ser colombiano es ser de todo un poco y es tener el conflicto, entonces, de no ser nada específico. La variedad étnica de nuestro país es el resultado de la mezcla entre indígenas, africanos y europeos, siendo esta última la clase dominante, la que siempre se ha impuesto con base en la violencia.

Es tan interesante el tema y tan fuerte el conflicto con relación a nuestra identidad que, al estar tan poco definida, los colombianos nos hemos jugado nuestro modo de ser tomando un poco de cada uno de los modos que nos ofrece el mundo.

Así, aprendimos la lengua castellana porque nos fue impuesta. Y la aprendimos bastante bien: Juan Rodríguez Freyle, 1566-1462, bogotano de origen español, escribió el Carnero en la época de la colonia para ilustrar a la realeza española acerca de lo que fuera la Nueva Granada.

El libro es sorprendente, aborda desde la llegada de los colonos españoles por el río Magdalena y la fundación de santa fe de Bogotá, hasta las inclinaciones por la brujería de las señoras ricas de la capital a partir de las cuales se gestó el primer caso de impunidad que está registrado por escrito en nuestro país.

Manuel Ancízar en el siglo XIX, también de origen español, escribió una descripción geográfica y “etnográfica” del paisaje y de la gente de la nueva granada, sacó al descubierto el caos de algunos asentamientos humanos y destacó con generosidad el progreso de unos pocos pueblos prósperos, obvio, desde su punto de vista.

José Eustacio Rivera, Eduardo Zalamea Borda, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, Andrés Caicedo, Fernando González y Gonzalo Arango, entre muchos otros, escribieron la literatura que dejó huella acerca de qué es ser colombianos y que nos da el consuelo de una pista acerca de lo que somos.

Sin embargo, no son suficientes los escritores y no son suficientes los lectores, problema aún más grave: la industria cultural de nuestro país es muy reducida y no cumple con la misión de darnos elementos de juicio sólidos con relación a lo que debería ser nuestra identidad. Nuestra indsutria cultural no ha sido lo suficientemente creativa para hacer propuestas autóctonas. Por ahora olvidémonos de la Pelota de Letras.

“Los colombianos nos debatimos entre el reguetón y el hip-hop”, dijo el escritor barramejo Enrique Serrano en el auditorio mayor de la Unab hace unos días.


Yo añadiría que además los colombianos nos debatimos entre el Reality Show y la telenovela globalizada, productos estos que confunden nuestra idea de identidad porque tienden a estandarizar la cultura y la cultura tiene una cualidad con la cual es necesario ser muy cuidadosos: se soporta en las diferencias entre unos pueblos y otros. No más debate con relación a la televisión, apáguela y vaya y lea o dese una vuelta por el parque.

Después de la lengua se impone la religión por obvias razones. En nuestro caso nos correspondió, como a la gran mayoría de occidente, el cristianismo depurado por la Europa medieval que les fue impuesto a los indígenas que sobrevivieron a las guerras anti colonizadoras y que ahora hemos asumido como nuestro credo.


Y lo es. Vírgenes, santos e imágenes religiosas vinieron a remplazar a los dioses de la naturaleza, del cielo, del sol y de las aguas.

Lo importante es entender y respetar que los colombianos somos creyentes, camanduleros y rezanderos, que todavía ponemos nuestra fe a los pies de Dios y que actuamos, cada vez menos, eso sí, teniendo en cuenta un poder superior y sobrenatural que todo lo sabe, lo controla y lo domina.

No olvidemos que en nuestro país los sicarios se encomiendan a la virgen antes de cometer sus asesinatos. En fin. Pienso que mi abuela, que es una bella señora santandereana, jamás podría entender el concepto del súper hombre de Nietzshche y hasta podría caer en la trampa de acusar de herejía al filósofo alemán. No quiero extenderme con este tema.

Concluyo entonces que la identidad del colombiano está envolatada porque la industria cultural es insuficiente para reafirmarla: los colombianos ni siquiera tenemos cine y entonces cada uno de nosotros ni siquiera sabe a qué bando pertenece.


A mí me han metido el cuento toda la vida de que los santandereanos provenimos de los bellos indios Guanes y de los pelirrojos pecosos colonos alemanes, como si fuera un mito. “Si no, me decía una vez un tío, vaya y mire en Zapatoca” y yo le decía “pero es que yo no soy de Zapatota”.


Me miro al espejo y no encuentro en mí ni al Guane ni al alemán, que debería llevar por dentro, pero sobre todo por fuera.

Y no sé si animarme a pensar que encuentro al santandereano, sobre todo si tengo en cuenta que yo nací en Buga, Valle, aunque mi familia toda pertenezca a Santander, al menos desde que Santander existe.

De esta forma, me animaría a decir que es que yo soy el resultado de la mezcla aleatoria entre los unos y los otros, mezcla que a la larga no se sabe si se dio o no se dio, porque al parecer los alemanes se dieron a la tarea de exterminar a los Guanes, hasta que lo lograron.

Los colombianos y por supuesto los santandereanos tenemos un problema de carácter histórico en la medida en que las pocas pautas históricas que hemos recibido se parecen más a una mitología que a una historia sensata de nuestra procedencia. Hemos elevado al nivel de héroes a personajes como Bolívar, Santander, Gaitán y Galán de una forma similar a la que los griegos lo hicieran con Aquiles y los norteamericanos los hicieran con Superman, y no estoy exagerando.

Me parece que en este sentido es interesante el trabajo de investigación que han desarrollado los jesuitas por medio del CINEP. Ellos han tratado de estudiar el hombre colombiano actual, se han adentrado a los misterios insondables de nuestra violencia sin tomar partido o al menos, si han tomado partido, no lo han hecho de una forma tan descarada y si más bien sensata y científica.

Ser colombiano y ser santandereano es un misterio. Nosotros, no sé si sea desafortunado o no, no tenemos la claridad que tiene un mexicano, un brasileño o un argentino con relación a su identidad.

A los colombianos, eso sí, nos une el gusto por la Selección Colombiana de Fútbol y por el Reinado Nacional de la Belleza; por la telenovela Café y Yo soy Betty la fea; por las carreras de Juan Pablo Montoya y por los éxitos cosechados y recogidos por Carlos Vives, Shakyra y Juanes. Algo es algo.

Ser colombiano y ser santandereano es, de una forma un poco ingenua, seguir pensando que la culpa de nuestras desdichas todavía la tiene el desfalco que hicieran los colonos españoles de “nuestro oro” en la colonia, como si ese no fuera el oro de nuestros indígenas, más que el oro nuestro.

Es seguir pensando que a este país no lo arregla nadie.

Es seguir creyendo en el poder y en el deber de los políticos de arreglar nuestras problemáticas cuando hace mucho tiempo que se sabe que las problemáticas no las pueden solucionar los políticos sin el apoyo del pueblo, como si nunca nos hubiésemos enterado de la revolución francesa o la revolución bolchevique.

Ser colombiano es no acercarse a las mesas de votación porque para qué.

Es estar insensibilizado contra la barbarie.

No llorar a los 10 muertos por muerte violenta de todos los días porque o si no nos la pasaríamos llorando.

Ser colombianos es ser creativos, trabajadores, leales, comprometidos, emprendedores, sobrevivientes.

Creernos el cuento de “vivos bobos” de la malicia indígena, cuando de mil formas hemos comprobado que si algo nos ha hecho falta a los colombianos es inteligencia y malicia.

Los santandereanos seguimos pensando que somos “berracos” aún cuando vemos que la industria de nuestro departamento no crece y que aquí solo crece la pequeña industria familiar.


Cuando vemos como a diario todos los que están preparados se están yendo y como los que tienen dinero en el último sitio en el que lo invertirían sería aquí.

Aquí en Bucaramanga pareciera como si los que estamos es porque nos tocó y así sí que es bien difícil mejorar nuestra calidad de vida.

La identidad del colombiano y el santandereano, desafortunadamente, gira alrededor del desencanto, aunque ya seamos muchos los que estemos haciendo el intento por ver las cosas de otro modo.

Nos sentimos ofendidos cuando nos dicen “indios”, porque los indios representan a una minoría cuya única riqueza son sus mitos y su cultura y no cumplen con los parámetros del hombre exitoso que nos ha vendido la cultura “superdesarrollada” del mercado.

No nos damos a la tarea de descubrir cuanta sabiduría está comprendida en esos mitos.

¿Quién podrá recuperar toda esa sabiduría cuando los norteamericanos, los europeos y los japoneses vengan y patenten todo nuestro conocimiento?

La culpa de cómo sea la identidad es en parte de quienes hablamos de ella. La culpa de cómo sea nuestra identidad es culpa de cómo sea expresada la “colombianidad” en los medios de comunicación.

Identidad, tenemos, como todo el mundo, el problema en nuestro caso es que por falta de estudio y de investigación no hemos sabido delimitarla. Costeños, santandereanos, boyacenses, Capitalinos, paisas, vallunos, indígenas y pastusos, todos hacemos parte este país que no tiene muy claro cómo es su gente.

Ya viene siendo hora de tener una mirada más crítica y menos caricaturesca de lo que somos, porque los colombianos somos mucho más que el pastuso tonto de los chistes, el paisa embaucador y parlanchín, el costeño perezoso, el valluno amable y rumbero y el bogotano diplomático e hipócrita.

Una cosa importante: yo no sé que es ser colombiano, ni qué es ser santandereano. Lo único que sé es que sólo hasta que logremos dar cuentas de nuestra identidad, podremos aproximarnos a la solución de nuestros problemas y conflictos. Antes no.


Es necesario romper los paradigmas y entender que hace falta un trabajo etnográfico de rigor que esclarezca algunos de los interrogantes que tenemos acerca de nosotros mismos.

Por ahora apague y vámonos. Borges decía en su cuento “Ulrica”
[2] que, “ser colombiano es un acto de fe”. Por ahora esta me parece que es una bella y sabia definición… Un acto de fe que debe ser asumido con responsabilidad y que debe ser argumentado de manera científica. Es urgente.

........


[1] Y si nos ponemos a detallar tienen razón. No podemos olvidar la cantidad de conflictos que ha generado la ambición petrolera.

[2] http://es.geocities.com/cuentohispano/texto/borges_ulrica.html, Borges, Jorge Luis. Ulrica.

Impotencia

Por Ivonne Rodríguez

Esa es la palabra que sentí cuando la mujer y el niño se cayeron. La moto yacía sobre el pavimento, al igual que los cascos. Unos metros después el “culpable” pedía no ser golpeado. Subí el vidrio porque en mi imaginación rondaba el pensamiento de un tiro, más no era para tanto, como dijo el conductor.

Quién sabe cuántos hechos de violencia estarían sucediendo paralelamente en el mundo, en Colombia. La decisión de bajarme del transporte, negociado hacía un minuto por cinco mil y con la opción de recoger pasajeros durante el trayecto, fue instantánea y tristemente sórdida. Así como yo, muchos preferirían no bajarse, perder el taxi y dejar atrás un problema que no era el propio.

Esa es la lógica de mi ciudad, de mi pueblo o por lo menos de los lugares que digo “conocer”. El problema es que ese no es el único sentido sin sentido. La indeferencia llega a mirar por las ventanas -sentado claro- mientras el enfermo trata de sostenerse entre las curvas, huecos y frenadas. La historia se repite con el anciano, la embarazada o el discapacitado.

Aquí se vale dinero. Si no lo tienes, búscalo, porque el sistema lo pide para comer, para estudiar, transportarse o tener acceso a salud y educación. Es lamentable sentir que todo “se junta” y se hace avispero: que el bus subió -los cincuenta pesos que le descuadran el de devuelta-, que los impuestos, que hay que acogerse a un plan de teléfono así el mínimo de consumo sea de $25 mil ó $27 mil, que las empresas están en crisis y que hay que minimizar recursos… Que ponga la tutela porque la paciencia se agotó.

¡Qué cloaca! Da asco ver tanta campaña política en postes, afiches, pasacalles, separadores y medios. La ciudad está asfixiada de esto, así como de malas vías y hambre. Cada vez son más los que por una moneda limpian la panorámica del carro, se venden en un ‘chuzo’ o deciden robar y hasta matar. Pocos quieren hablar porque no es de importancia, porque las más de ocho horas de trabajo dejan sin alientos o porque sencillamente guardar silencio es mejor.

El afán de tener nos ha quitado la posibilidad de vivir mejor. Calles llenas de trovadores, poetas, mimos, cuenteros y bailarines. Otros compartiendo sus mejores recetas y recuerdos. Caras alegres y amistades eternas. Efímero es soñar un lugar perfecto en medio de tanta…

Me abstengo de decir la palabra para no sonar tan pesimista. Sólo que reitero, valemos dinero y por eso trabajamos (a veces). Ya no es por pasión (a ratos); es por producción y a eso súmele la calidad.

Sinpublicar es este espacio de desahogo, de lo que no logramos concretar en las conversaciones o que preferimos escribir en una noche de silencio, cuando ya todos duermen. Reconozco el vacío de este escrito porque no busqué cifras. Sin embargo, quería compartirlo con ustedes. Me pregunté ¿de qué servía quejarme?
Imagino que para encontrar una respuesta: ayudar desde nuestra profesión.