jueves, abril 06, 2006

Columna de opinión

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Instituciones de seguridad: al rescate de la credibilidad
Andrés Felipe Valenzuela P.

El Ejército y la Policía Nacional son, hoy en día, dos de las instituciones con mayor credibilidad dentro de la sociedad colombiana. Su imagen es, para muchos, sinónimo de respeto, protección, y seguridad, aunque a veces su papel de ángeles de la guarda se pierde y se les olvida que trabajan por el bien de la patria… y la patria la hacemos todos.

Unos cincuenta o sesenta años atrás, en la época en la que los colombianos se mataban por los colores rojo o azul de sus partidos políticos, nadie se encargó de hacer respetar los derechos humanos. Esta situación es paradójica, pues tengo claro que la Policía y el Ejército deben actuar a favor de la población civil, a favor de la vida y el respeto por los derechos básicos y no en contra de ellos como ha ocurrido en numerosas ocasiones.

La política sucia y la corrupción untaron de ilegalidad la misión de la Policía desde comienzos del siglo pasado hasta finales de los años setenta. Me atrevo a decir que esta institución trabajó como una especie de ‘mano negra’ que exterminó campesinos simpatizantes del Liberalismo como si hubiesen sido alguna plaga. A los que dejaron vivir se les obligó a dejar sus tierras y fueron desplazados por el hecho de pensar diferente, o porque la cédula –en ese entonces- mencionaba que su partido político predilecto era el Liberal.

A la policía que actuaba ilegalmente a favor de radicales conservadores se le conocía como ‘chulavita’; y en pocas palabras funcionaba como una auténtica cúpula que violaba los derechos humanos con el mayor descaro y a la vista de todos los ciudadanos.

Hoy la situación no es diferente. Se han puesto sobre la mesa evidencias que implican a las Fuerzas Armadas en hechos pecaminosos donde civiles y también integrantes de la institución han resultado maltratados física y sicológicamente por soldados y altos mandos del Ejército. Hace poco más de un mes, la revista ‘Semana’ publicó en la edición 1.242 un artículo titulado ‘Torturas en el Ejército’ donde se muestran testimonios de soldados agredidos en campos de entrenamiento. Ya era hora de que se pusiera en duda la verdad sobre el cumplimiento de los valores y la ética militar por parte del Ejército colombiano. Y no es porque pretenda poner a la gente en contra de las instituciones de seguridad, es que considero necesario que se denuncie esta clase de abusos, porque si no podemos contar con el Gobierno, ni con el Ejército; entonces en quién confiamos hoy.

Hay otra serie de acontecimientos de violencia o de patrocinio de ésta en la que las Fuerzas Militares han jugado un papel protagónico. Recordemos que una de las causas que motivaron el fortalecimiento de algunos grupos de autodefensa ilegal en el país fue el accionar conjunto entre comandos del Ejército nacional y grupos paramilitares. Por citar un ejemplo: en el gobierno de Belisario Betancur, entre 1982 y 1986, se disparó el secuestro de ganaderos y hacendados por parte de las guerrillas en zonas como Puerto Boyacá, Cimitarra, Puerto Salgar y La Dorada. Los operativos del ejército no contuvieron la ofensiva guerrillera y por tal razón permitieron que algunos campesinos y comerciantes se armaran para trabajar como un equipo. Más tarde estos grupos se convirtieron en lo que hoy conocemos como paramilitares.

No aseguro que la aprobación operativa de las autodefensas por parte de las Fuerzas Militares fue la única razón que motivó la creación de este grupo ilegal, pero sí reitero que, en gran parte, contribuyó con su fortalecimiento.

Los abusos por parte de las Fuerzas Militares han quedado en unas cuantas denuncias y en despidos dentro de la institución. A pesar de que hoy el Ejército de Colombia persista en la lucha por alcanzar la confianza de todos los ciudadanos mediante retenes en las carreteras del país, campañas de promoción, venta de manillas y banderas, siempre existirán personas como yo a las que tendrán que convencer de su efectividad por medio de acciones éticas y justas.

Cien por ciento tolerancia

Por Marcela Vargas Cabrera
mvargas5@unab.edu.co
El gusto por personas del mismo sexo y la homosexualidad en toda la dimensión de la palabra no puede ser motivo de exclusión, mucho menos en un país en el que la propia Constitución Política de Colombia, Capítulo II, Art. 13, manifiesta que: Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.
Todo ser humano sin importar su condición o gusto sexual debe ser respetado y tenido en cuenta, como cualquier hombre o mujer. La sociedad colombiana no puede taparse los ojos ante una realidad que cada día es más visible y cercana.
Por esto comparto la posición de que la homosexualidad no es un problema, ni una enfermedad y mucho menos una anormalidad. El ser gay simplemente es una orientación y preferencia sexual que, al igual que los heterosexuales, debe ser vivida de manera libre, responsable, sin discriminación, coerción, ni violencia, como lo sustentan las organizaciones dedicadas a la educación en temas de salud sexual y reproductiva y planificación familiar como Profamilia.
Desde hace 17 años la lucha por los derechos de los homosexuales ha sido evidente en el mundo. En 1989 Dinamarca fue el primer país en aprobar una ley que permitiera el matrimonio civil de tales uniones con los mismos derechos que los matrimonios tradicionales en cuanto a propiedad, herencia, impuestos y seguridad social, con excepción del derecho a la adopción. De ahí, Noruega en 1993 aprobó una ley similar y en 1995 Suecia hizo lo mismo. El furor se regó por toda Europa, a tal punto que Holanda ya aprobó el concepto de matrimonio pleno, sin distinciones; Francia aprobó el Pacto Social de Solidaridad (Pacs) que protege a heterosexuales y homosexuales. Alemania y Reino Unido también han establecido leyes similares.
En Latinoamérica sólo Argentina, Chile y Colombia han adelantado proyectos serios al respecto. Sin embargo, la coyuntura colombiana ha llevado a que aún en el Congreso no se pongan de acuerdo en establecer condiciones de equidad para los homosexuales. Lo que me parece absurdo, pues antes de ser homosexual o heterosexual somos seres humanos y todos debemos contar con las mismas garantías, llámese mujer, hombre o gay.
Desde 1999 la senadora Piedad Córdoba, junto con algunos congresistas, han presentado proyectos de ley que permitan el reconocimiento pleno de los derechos homosexuales y les garanticen igualdad en la legislación colombiana.
Estas propuestas sólo exigen las mínimas condiciones de aceptación, tolerancia y respeto para los gays. Temas como la constitución de un régimen patrimonial; beneficios de seguridad social para este tipo uniones; aplicación de la legislación sobre violencia intrafamiliar en parejas homosexuales; penalización con cárcel de uno o dos años a prácticas discriminatorias, que se duplican si son ejercidas por miembros de la Fuerza Pública; educación sexual en colegios y creación de comités de salud sexual y reproductiva que aborden el tema homosexual y el diseño y la ejecución de programas que tengan en cuenta las diferentes orientaciones sexuales y las identidades de género son los que piden que se reglamenten en el país.
Colombia se ha definido como territorio diverso y multicultural, pero pareciera que esa diversidad está condicionada por factores moralistas que impiden tener la mente abierta ante procesos y estilos de vida que se han venido evidenciando no sólo en el país sino en todo el mundo. Pienso que es indispensable generar espacios de tolerancia y que nosotros desde nuestro papel de comunicadores aportemos los mecanismos necesarios para que, entre todos, logremos que esta sociedad caracterizada por sus principios conservadores, de paso y acepte sin repudios a seres humanos que con valentía quieren hacer valer sus gustos y estilos de vida. Pues sólo a través de una tolerancia al cien por ciento lograremos evolucionar y trascender como seres humanos de mente abierta, capaces de aceptar los cambios que a diario se presentan en la vida.